
Hoy en día, nadie discute que la composición de cualquier organismo refleja la del alimento consumido de acuerdo con la transformación metabólica del mismo, y estaremos de acuerdo en que hay una creciente preocupación por conocer lo que comemos que en algunos colectivos está llegando incluso hasta la obsesión. Sin embargo, esto no es nada nuevo, las virtudes que se atribuyen a determinados alimentos han sido objeto de estudio desde hace miles de años hasta la actualidad. Basta recordar la frase propuesta por Hipócrates, “que la alimentación sea tu única medicina y que la medicina sea tu alimentación” para contrastar que la preocupación por la dieta no es tan reciente como parece.
La vida moderna, los nuevos hábitos y el exponencial aumento de la esperanza de vida en los países “desarrollados” ha generado más de cuarenta años redundantes en términos evolutivos. Hace poco más de un siglo, la esperanza de vida en Europa era de treinta años, de sobra para culminar con éxito la máxima evolutiva de reproducirse. A día de hoy, una persona nacida hace treinta años es un millennial con toda la vida por delante, normalmente preocupado por su salud y por mejorar su calidad y esperanza de vida.
Esta sociedad del conocimiento cada vez más longeva ha provocado un re-brote del culto a la salud impulsada por un consumidor cada vez más exigente e informado (en cantidad seguro, la calidad de la información y la evidencia científica que hay detrás sería un tema para tratar en otro post) y la necesidad de gestionar volúmenes ingentes de información por parte de los profesionales de la nutrición.
Otro elemento que adquiere un papel protagonista en esta historia es el tiempo, o mejor dicho la ausencia del mismo. Las prisas que nos avasallan a muchos de nosotros hoy en día son responsables de la transformación de los hábitos de consumo alimentario y de la drástica modificación del papel que en la dieta cotidiana representa cada alimento. En los países industrializados, el término malnutrición ha dejado de relacionarse de forma general con la escasez de alimento, para entenderse como un problema de desequilibrio nutricional y créanme que, a pesar de lo dicho, los hábitos alimenticios de una gran mayoría dejan mucho que desear.
En este sentido, la obesidad es ya considerada como la epidemia del S. XXI en los países “desarrollados”. El incremento de la obesidad infantil pronostica una población futura con muchos problemas de salud cuyos costes, a su vez, pueden dispararse. Según la OMS, el número de lactantes y niños pequeños (de 0 a 5 años) que padecen sobrepeso u obesidad aumentó de 32 millones en 1990 a 42 millones en 2013. Si se mantienen las tendencias actuales aumentará a 70 millones para 2025.
Todo esto supone un gran reto para la industria alimentaria: el de mejorar el perfil nutricional de sus productos e impactar de manera positiva en la salud pública global.
De forma general se asocia la alimentación personalizada como una extensión de la genómica nutricional. Este concepto, busca mejorar la respuesta a la dieta, teniendo en cuenta las características genómicas de la persona para una mejor prevención o tratamiento de una enfermedad.
En este contexto, es necesario diferenciar de forma expresa los siguientes conceptos:
– La nutrigenómica implica entender cómo componentes de la dieta afectan la expresión de los genes, estudiando qué genes son inducidos y cuales son reprimidos frente a un determinado nutriente. Es decir, diferentes nutrientes afectan a la expresión de genes determinados.
– La nutrigenética se ocupa de entender cómo responden los genes frente a una dieta determinada, teniendo en cuenta la variación de la población y sobre todo la individual. Es decir, diferentes genes o polimorfismos responden de forma diferente ante un mismo nutriente.
Todo esto no es nada nuevo, hace décadas que la ciencia y el marketing recomiendan desarrollar alimentos para segmentos cada vez más definidos de la población (bebes, niños, adolescentes, embarazo, lactancia, tercera edad) y para segmentos con requerimientos especiales según actividad (deportistas, estudiantes, sedentarismo). De aquí a afirmar que en pocos años estaremos comercializando alimentos enriquecidos a medida y adaptados al metabolismo de cada persona hay un largo camino.
Si alimentación personalizada o de precisión significa desarrollo de alimentos en función del perfil genético o en función de algunos polimorfismos conocidos, desde mi punto de vista, estamos lejos.
Si alimentación personalizada significa obtener conclusiones significativas al cruzar información genética entre los genomas secuenciados de alimentos con los de las personas, meme cada vez más repetido y escuchado como panacea en muchos foros, entonces creo que estamos en el peligroso camino de las verdades a medias. Estaremos en el terreno de una limitada evidencia científica y de estudios “observaciones” y parciales que nos dan una información muy valiosa, pero que dejan grandes lagunas de conocimiento aun por generar. A nadie se le escapa el importante negocio que hay en la prescripción de dietas a partir del “perfil nutrigenómico”.
Sin embargo, me siento muy cómodo hablando de desarrollo de alimentos personalizados cuando nos referimos a desarrollos innovadores dirigidos a grupos poblacionales (no a personas) según su entorno y necesidades nutricionales especiales por edad, actividad física, estado de salud, conciencia, estilo de vida, lugar de residencia, especialización laboral, etc. Y creo que en este momento de moda de modas alimentarias y de publicidad fuera de todo control (simplemente piensen si se está cumpliendo en lo más elemental el código de corregulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigidas a menores, Código PAOS) se van a posicionar las empresas que apuesten por la calidad, la innovación, la honestidad y la evidencia científica.
En los próximos años la nutrición va a ser clave para la prevención de patologías de gran incidencia, y el posicionamiento competitivo de los nuevos desarrollos va a pasar por la capacidad de las industrias, de los investigadores y de los sistemas sanitarios de aportar evidencia científica a las propiedades nutricionales de cada producto, aprovechando toda la que ya existe y generando certidumbre sobre las propiedades de cada alimento mediante estudios de intervención clínica.
Más allá de la nutrigenómica y la nutrigenética, desde mi punto de vista, en el desarrollo de alimentos personalizados va a tener un papel clave otra revolución, la del Big Data, que ha propiciado un incremento exponencial en el volumen de información científica, nutricional, tecnológica, sanitaria y de consumo que está disponible. La integración y análisis de todos estos datos junto al neuromarketing para entender las emociones del consumidor, nos van a permitir obtener conclusiones e innovar más allá de la combinación de ingredientes, desarrollando productos que van a significar o transmitir experiencias, salud, tiempo, ética, en definitiva, aportaran un valor añadido muy importante a la composición nutricional, textura y sabor del alimento.
Muy buena información , gracias