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Y es que los principios en que se apoya esta corriente, parece que se agrupan y alinean como las lecciones de ecología que recibíamos de niños, que no han cambiado con las décadas, y que al parecer siguen siendo no solo fundamentales, sino la solución más tangible a día de hoy.
Sin embargo, el horizonte que se nos abre delante de nuestros ojos tiene una vuelta de tuerca añadida. Con el modelo de ecología tradicional, se consigue reducir y ralentizar los devastadores efectos de una sociedad desarrollada. Con el modelo de Economía Circular, se contempla el asunto desde la raíz: En el propio diseño y concepción de cualquier idea de producto que requiera una fabricación, se contemplarán sus posibilidades de re-diseño, re-procesamiento, re-utilización…para que ningún paso intermedio sea dado sin conocer el provecho de cada componente.
Residuos que se convierten en riqueza, segundos usos, reparaciones de componentes intermedios, valorización energética de recursos, sistema de “alquiler de bienes”, fuentes de energía renovables…. Estas acciones condicionan la forma en que se ha concebido el consumo desde la Revolución Industrial, y es por eso que esta forma de visión empresarial promete tanto. A diferencia de otros modelos económicos, es ventajosa tanto para usuarios como para empresarios, que han caído en la cuenta de que reconducir un recurso resulta mucho más rentable que producirlo desde cero. Sin olvidar la inversión en innovación y desarrollo de los componentes que van quedando obsoletos.
Esto responde al conocido diseño que se plantea en De la cuna a la cuna, el libro del mismo nombre que allá por 2002 publicaban el químico Michael Braungart y el arquitecto William McDonough, augurando una nueva visión de la sostenibilidad y de la Economía circular.
Para poder verlo con claridad y observar de cerca sus requerimientos, trasladaremos el concepto al campo en que nos movemos: el sector alimentación.
La primera premisa a considerar es que desaparece, claro está, el concepto “basura”, “desperdicio” o “residuo”. Al igual que cualquier cadena de montaje en la industria alimentaria, podríamos comenzar a hablar de productos que pueden ser desmontados cuando ya no son útiles, y sus componentes pasan a formar parte del ciclo natural otra vez. Si hablamos de componentes orgánicos, podrían ser catalogados directamente como biodegradables. Los que han sido modificados para aplicar en alimentación, como polímeros o ingredientes de síntesis, podrían ser reutilizados en términos energéticamente rentables.
A continuación figuran algunas de las premisas primordiales a tener en cuenta al comenzar a contemplar la economía circular en alimentación:
· Gestión del agua: Crear ciclos internos de recirculación y tratamiento de aguas de limpieza podría suponer la gran diferencia a nivel económico y por supuesto, del impacto que constituye la presencia de una factoría en cualquier medio.
· Recuperación de calores residuales: producción de biogás en instalaciones anexas que permitan crear redes de calor/frio para abastecer la propia factoría de climatización y otras necesidades energéticas concretas.
· Producción agraria más circular: reinserción de subproductos como alimentación de ganado o la producción autosuficiente y el autoconsumo en acuicultura.
· Packaging responsable: En este campo se ha avanzado enormemente, hasta el punto que son muchos, muchísimos los productos que ya a día de hoy, disponen de un envase biodegradable o compostable. El siguiente paso, será implementar un sistema controlado de devolución y retorno ventajoso para ambas partes, pero que motive económicamente al consumidor a contribuir en el último escalón de esta escalera necesaria, donde el resto de actores (productor, fabricante, distribuidor) ya no tienen implicación.
Por último, pero no por ello menos destacable, hay que mencionar el desarrollo de nuevos productos alimentarios se desmarca como estrategia más eficaz, siempre que consideremos como meta los productos de muy bajo impacto ambiental. La lucha contra el desperdicio alimentario, aportando una solución que vaya de la mano de la seguridad alimentaria y la rentabilidad, así como la instauración inminente e inmediata, de modos de producción menos hostiles con los animales que forman parte de la cadena.